La aparición el 6 de marzo, jueves santo por demás, en La Patilla del documento “Elecciones en la UCV: enumeración corta de tema largos” firmado por Víctor Rago Albujas, candidato a rector de la máxima casa de estudios del país, amerita especial consideración por el contexto en el que aparece, su contenido explícito y el mensaje que lleva implícito.
La estructura misma del texto permite, de entrada, observarlo como una serie articulada de asuntos sobre los cuales Rago viene reflexionando desde hace un buen tiempo. En tal sentido, comienza Rago recordando un aspecto que, por obvio, pareciera pasarse por alto: la particular condición que envuelve a estas elecciones, arrojando ello como consecuencia directa la necesidad de plantearse este proceso electoral de manera muy distinta a como tradicionalmente se venían desarrollando quince años atrás.
También, de seguidas, ofrece una clara semblanza de la situación que atraviesa la universidad y dónde se encuentra hoy, para luego preguntarse cómo actuar responsablemente, sin demagogia y con el debate de las ideas por delante, en medio de este inédito llamado a comicios. En tal sentido, no duda en manifestar la necesidad de lograr un consenso que permita elaborar una agenda compartida a partir de la discusión de puntos nodales que, en palabras de Rago, “aseguren la gobernanza de la institución y su funcionamiento con razonable eficacia”. Y subrayará: “Debatir sin voluntad de consenso carece de sentido”.
“Precondición para superar la crisis”, “Algunas definiciones”, “Un plan de gestión” y “Algunas líneas de acción” son los puntos, dentro del documento, que dejan en claro los requisitos a cumplir y a su vez abren paso a la visión de la universidad que, según Rago, hoy requerimos.
Las precondiciones son claras y exigentes y no por ello desconocidas: se trata de compromisos que tanto la institución como su comunidad académica debieron haber afrontado desde hace mucho tiempo y aún no lo han hecho.
La primera fija como tarea primordial para la comunidad académica “hacer de la universidad objeto de su propia reflexión crítica”, que debe derivar de una necesaria “reconceptualización de la universidad que asegure la emergencia de sus atributos definitorios, la reinserte en su tradición multisecular y le otorgue densidad a su memoria histórica”, teniendo en la generación de conocimientos, impulsada por un grupo humano con vocación e intereses fundamentalmente intelectuales, su principal motor. “La comunidad académica debe reflexionar profundamente sobre las causas internas del decaimiento institucional y sobre su propia responsabilidad en tal estado de cosas. Y debe hacerlo sin autoindulgencia ni racionalización sacrificial”, recuerda Rago poniendo el dedo en una llaga de larga data que no cicatriza.
En cuanto a las definiciones resalta, entre otras: la idea de que “lo que la universidad necesita no es ser ‘rescatada’ sino reconstituida conforme a sus propiedades esenciales”; lo imperioso de entender la función directiva “en sentido académico y no político”, debiendo quienes la asuman tener la mayor estatura intelectual; el rescate del rol medular que debe jugar la investigación dentro de la actividad académica, lo cual “representa una corrección del sesgo docentista extensamente arraigado en el imaginario universitario”; la biunívoca relación que debe existir entre universidad y sociedad entendida esta última como fuente de legitimidad de aquella; y, por último, el plantearse, dentro de la urgente reflexión que la institución requiere sobre sí misma, “la búsqueda siempre renovada de su sentido fundamental y su significado para la sociedad contemporánea”, entendiendo que “el futuro de la universidad está en el debate sobre la universidad del futuro”.
Pero Rago no se queda allí. Asume proponer los lineamientos de un plan de gestión, con el que cierra el documento junto a una serie de acciones que delinean una carta de navegación, precisando que para ello es fundamental estar plenamente consciente de la crisis universitaria y de la obligatoriedad de restablecer su condición esencial si no se quieren formular simples declaraciones complacientes que se conviertan en aquello que la gente quiere oír.
Vuelve a recordarnos que el eje fundamental de actuación no puede ser otro que el de concebir la gestión “como un proyecto amplio y profundo de renovación institucional” la cual, basada en una urgente y perentoria evaluación, permita “discernir entre lo bueno que debe continuar, lo malo de que hay que prescindir y las formas de actuar en consecuencia”.
Pero, ¿cómo volver a motorizar la adormecida energía intelectual y física de una comunidad abatida y que sobrevive en medio de la precariedad que la envuelve desde todo punto de vista, para lograr poner en marcha cualquier plan de gestión?
La compleja respuesta a esta pregunta de múltiples aristas, aunque podría colocar en la mejora salarial y de las condiciones de trabajo el punto de partida, requiere en paralelo, según Rago, hacer el máximo esfuerzo por insistir en la defensa de la universidad y la generación de un “rico clima de debate” que, sin embargo, no debe ser exageradamente prolongado en el tiempo dadas las urgencias que nos agobian. E insiste: “… es imperativo dejar de confundir gestión directiva con ejercicio mecánico de rutinas burocráticas y reproducción maquinal de conductas y prácticas consuetudinarias. Gestionar es equilibrar la labor de administración proba y eficaz con la vocación de cambio y búsqueda de lo nuevo inherente a la universidad”.
Sin pretender agotarlas y dejando claro que bajo ningún aspecto se estaría partiendo de cero, Rago plantea para definir algunas de las líneas de acción a emprender, tanto el asumir una actitud abierta como el rescate de anhelos y necesidades que con el transcurrir del tiempo han quedado cómodamente depositados en diferentes gavetas. Así, anuncia como acciones impostergables: “la actualización del régimen académico tanto en la esfera formativa de pregrado y posgrado… como en lo relativo a la carrera académica”; resituar la investigación como “actividad prioritaria de la vida institucional, encuadrada en una visión amplia en cuanto parte del movimiento general de creación intelectual que define a la universidad”; la revisión a fondo del esquema general de la organización interna de la universidad “a la luz de la necesidad de gestionar integralmente la institución”, donde “los compartimientos estancos tienen que ser reemplazados por circuitos que ofrezcan reales posibilidades de libre circulación en el espacio académico”, para lo cual tanto el Programa de Cooperación Interfacultades (PCI) y como las propuestas contempladas en Plan Estratégico de la UCV elaborado hace más de 15 años pueden servir de guía;.implementar “una gestión con sentido unitario pero desconcentrada, sin menoscabo del equilibrio entre los diversos constituyentes de la jerarquía funcional”; revisar a fondo, con miras a su simplificación, la “frondosa normativa universitaria” la cual “tendrá que experimentar modificaciones sustanciales (cuando no supresión y reemplazo) a la medida de los cambios impulsados por el proyecto transformador de la gestión”; el insistir hasta la saciedad en la importancia de lograr “una política comunicacional concebida para ofrecer el mayor grado de información posible en materias de sensible interés común” que permita superar “la disociación entre autoridades y comunidad universitaria”; y el entender que retomar la sana costumbre de rendir cuentas tiene su base en una política informativa general, accesible y explícita que despeje los caminos de la participación en los asuntos institucionales.
Llegado al delicado punto de alcanzar una universidad sustentable y que signifique para quienes la integran un lugar donde vale la pena trabajar, con sueldos dignos y condiciones que propicien la permanencia en el recinto, Rago no duda en aclarar lo siguiente: “El financiamiento de la educación superior debe ser aprehendido en su complejidad. El presupuesto de origen fiscal es obligación del Estado y hay que exigirle al gobierno su provisión completa y oportuna. Pero a la vez la universidad tendrá que hacerse diestra en el emprendimiento de iniciativas productoras de ingresos propios (en el contexto de nuevas relaciones con la sociedad, señaladamente con los sectores productivos privado y público) y desarrollar competencias para asegurarse el acceso a fondos de financiamiento y otras fuentes donde quiera que estos existan”. En el éxito de las iniciativas que se emprendan en los dos planos señalados se ubicará “la expectativa de solución de las severas insuficiencias que en el orden material padece la universidad”, apuntará Rago.
En cuanto a la relación universidad-gobierno de turno, Rago se decanta por el diseño de nuevos modos de llevar adelante esta “inevitable interacción entre un actor político y uno académico”. Sin pretender decir que ello sea fácil, debe elaborarse el discurso apropiado que permita a la universidad exigirle al gobierno “con sobria firmeza y sentido propositivo el cumplimiento de sus obligaciones, haciéndole ver que tal abandono es gravemente perjudicial para el país y no solo para la universidad”.
Rago tiene claro que un documento como el presentado, dadas sus características, debe ser entendido como un inventario en vista de que no ha pretendido ser exhaustivo. Sin embargo, ha colocado el asunto electoral en su justo sitio y el listón sobre cómo debe emprenderse el tramo final de la campaña muy en alto.
A quienes con premura y ansiedad han pedido que muestre su equipo, Rago responde que es con el plan trazado cuando ahora se deben sumar voluntades (las mejores) para desarrollarlo y no al revés. En lo dicho hay, sin duda, planteamientos que, si bien lo ubican en la actitud de tender la mano y dialogar, no dejan de mostrar un sesgo muy claro con respecto a cómo se entienden buena parte de los temas centrales del debate electoral sobre los cuales será muy difícil ser complaciente.
También pone en manos del lector y del elector cómo se visualiza la universidad en un momento en el que las ideas estructuradas con base a un plan son las que deben prevalecer por sobre los eslóganes publicitarios al uso y el trabajo de aceitadas maquinarias.
Con Víctor Rago, quien era decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (FACES) desde 1999, y tuve el placer de conocer el año 2002 tras ser yo electo para dirigir la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, me correspondió compartir largas horas durante seis años en el Consejo Universitario, un lugar cuyo funcionamiento y eficiencia también debe ser objeto de revisión y reformulación. Él tuvo, junto al entonces vicerrector académico Ernesto González Enders, la capacidad de hacerme entender otra manera de hacer política en la universidad y, gracias a ello, tal vez me fue más fácil poder sobrellevar en compañía la permanente sensación de que la universidad no podía seguir por aquellos derroteros. Las ideas esgrimidas por Ernesto y Víctor desde entonces, que siempre compartí y apoyé cuando nos tocó coincidir en diversos escenarios (como los mencionados PCI y Plan Estratégico, por ejemplo), han madurado dando cuerpo al documento que se ha hecho público y aquí hemos comentado.
Quince años han pasado y la universidad no ha dado señales firmes aún de tener voluntad de cambiar su modelo, con el agravante de haber entrado en una espiral peligrosa de desmoronamiento institucional provocado por múltiples factores internos y sobre todo externos a ella. Yo en 2008 di un paso al costado en cuanto a mantenerme vinculado a la política universitaria refugiándome en lo que siempre hice antes de ser autoridad. Víctor, por el contrario, ha mantenido esa disposición de servicio amplia hasta el punto de ofrecerse, junto a las ideas que expone, como alternativa rectoral en un momento verdaderamente complicado.
Con la esperanza de que mantenga firme su postulación, vaya para Víctor mi máximo respeto y la manifestación de todo mi apoyo para la retadora empresa que se ha propuesto afrontar. No dudo que es la persona más idónea para liderarla.