La
inserción de un país en la economía mundial ha sido la tendencia más clara y
evidente que se ha practicado como estrategia de desarrollo, tanto en los
últimos dos siglos, como en los actuales momentos de las relaciones internacionales
y, la actitud que cada Estado tenga frente al comercio internacional, es de
vital importancia para que dicha inclusión pueda tener un resultado fructífero.
Si
bien es cierto que en el debate entre el proteccionismo y el libre comercio
podemos encontrar una fuerte tendencia a demostrar las virtudes del segundo y
las deficiencias del primero, sobre todo en el mundo académico, también es
claro que los grandes procesos de industrialización y de desarrollo de los
países han venido acompañados de medidas proteccionistas, que coloquen en mejor
posición de competencia, a la industria nacional. Así, la conocida Revolución
Industrial ocurrida en Inglaterra en el S. XIX, que se desarrolló en un
contexto de auge de la teoría del libre comercio, vino acompañada de medidas
altamente proteccionistas, conocidas como las “leyes de los cereales”.
Más
adelante, en el proceso de industrialización de América Latina, el crecimiento
de las distintas industrias ocurrida entre los 50 y los 80, también estuvo
conducida por una política comercial altamente proteccionista, que sustituía
las importaciones por bienes elaborados de la industria nacional. Esto trajo
consigo un duro aprendizaje: alejarse de la participación de los mercados
mundiales, condenándola al rezago tecnológico y de productividad.
Por
otra parte, en el proceso de desarrollo tecnológico del sudeste asiático, el
diseño de las estrategias comerciales tuvo como clara orientación, la
participación activa en los mercados mundiales, permitiéndose así, evaluar la
calidad de sus procesos industriales y tecnológicos. De esta manera, si un país
lograba exportar un bien, era producto de un proceso de innovación y de
competitividad adquirida bajo un proceso de protección comercial que permitía
el crecimiento y madurez de nuevas industrias, asociado con un adecuado
criterio de desempeño y de calidad.
En
el caso venezolano, si bien hubo un proceso de industrialización, su sesgo
antiexportador impidió la correcta inclusión de bienes “Hecho En Venezuela”,
capaz de lograr un crecimiento de las exportaciones de bienes no petroleros e
impulsar la producción nacional. A pesar del esfuerzo de apertura de los 90, en los últimos 15 años se han acumulado las
condiciones como para desestimular cualquier iniciativa nacional a favor de la
importación de bienes y servicios.
En
los actuales momentos, donde las condiciones para la producción nacional son
precarias, y donde se expone desde los distintos sectores la necesidad de crear
las escenarios que favorezcan a la reactivación del aparato productivo
nacional, se hace necesaria la definición de una política comercial que, como
política pública, armonice las distintas áreas de la economía nacional
(monetaria, cambiaria, fiscal), y estimulen procesos de creación e innovación
que impulsen la fabricación de bienes con criterios de productividad y
competitividad internacional, ya que en la inclusión del país en la economía
mundial ofrece las mejores oportunidades de progreso. Si
el gobierno no atiende estos criterios, probablemente corra el riesgo de
alejarse de las tendencias mundiales de comercio, con un alto costo para el
desarrollo nacional.
Luis
Angarita.
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